García Reyes Miriam Nayeli

EL SEÑOR DE CHALMA

Sus semblantes desfasados, sus pies ampollados y su lento andar denotan cansancio, sin embargo, todos sus malestares parecen desvanecerse y sus rostros, envejecidos por el polvo y el sudor, rejuvenecer al levantar la mirada y encontrarse, por el 28º año consecutivo, con su Señor de Chalma.
Son ya las dos de la tarde y “por fin llegamos. Gracias a Dios llegamos con bien”. Después de día y medio de camino, la familia Rojas Franco es recibida a “cubetazos” de agua, agua que sabe a gloria después del calor de 35º c que los acompañó por su travesía.

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A las seis de la mañana será la cita. El lugar: la iglesia de la Magdalena Contreras. Al reunirse los 17, familiares y amigos, partirán hacia su destino que “más que una manda es un placer”. No obstante, el grupo está incompleto: “la situación está tan dura que ahora no alcanzó para traer a toda la familia, pero primero Dios el año próximo aquí estarán”.
Atravesarán Los Dinamos. Las caídas no sólo serán tres, serán constantes ante el desgajamiento de las piedras y la humedad que el río provee a la tierra.
Los primeros pasos serán largos y firmes, los últimos pesarán como un yunque, no obstante, la fe y la esperanza nunca decaerán.

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La felicidad de estar nuevamente ante su “santito” parece desbordarse de sus rostros. Mientras escuchan la misa, sus piernas flaquean “pero ni se siente”. El padre bendice sus Cristos, sus escapularios y sus veladoras. Se arrodillan ante la imagen del “santito milagroso” y susurran, suplican, agradecen.
La escultura de Cristo mira hacia abajo como si escuchara con atención las peticiones de los miles de fieles que en Semana Santa acuden a él.
A la entrada de la iglesia un grupo de danzantes aztecas, que van desde niños de dos o tres años hasta ancianos octogenarios, realizan rituales, bailan y hacen sonar grandes caracoles, mientras cientos de personas se aglutinan alrededor para admirar el espectáculo.

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Después subirán el escarpado monte de Las Cruces, el cual les parecerá interminable. Allí les darán las 11 de la mañana y almorzarán las tortas, los sándwiches y los huevos cocidos que llevarán.
Las abultadas mochilas y las cobijas que cargarán sobre sus hombros comenzarán a rozar y rasgar sus brazos, sin embargo, el dolor no será nada en comparación con las ámpulas que brotarán al atardecer sobre sus pies.
El calor calará hasta sus huesos y ansiarán llegar a una “tiendita” para comprar refrescos y cervezas fríos que, junto a las pláticas y a los chistes, hagan ameno el camino.

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Llega el momento de encontrar un lugar para dormir. “No creas que es un hotel de cinco estrellas ehhh, aquí apenas y nos alquilan unos cuartos y unos petates para caer bien dormidos”.
Por 150 pesos rentan un cuarto para siete personas. Ahora, lo único que quieren es bañarse y descasar. El “regaderazo” les cuesta 15 pesos pero con agua fría.
Los peregrinos menos afortunados buscan un lugar a las afueras de la iglesia, allí duermen “amontonados” y cobijados por la luna llena y una gran cantidad de estrellas que en todo momento recuerdan que se está lejos de la ciudad.

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Así transcurrirán los segundos, los minutos y las horas. Sentirán las primeras molestias de la tierra en sus pies y sus calcetines se romperán de los talones. Arribarán al cerro del Arenal y lo bajarán a cuestas. La tierra suelta les creará desconfianza y sus uñas se aferrarán a las raíces de la maleza con tal de evitar una caída que podría ser fatal.
Allí escucharán las suplicas desesperadas de ayuda de un joven invadido por los calambres que llevará perdido dos días.

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En la iglesia y los callejones que llevan hacia ella “no cabe ni un alfiler”, sin embargo, los vendedores de comida, bebida, recuerdos y dulces coinciden en que “este es el año en que menos gente ha venido, ha de ser porque no hay dinero”.

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Atravesarán el Valle de Cristal y un aire fresco que surge de entre los árboles y los matorrales los revitalizará.
A las 4 de la tarde llegarán a San Nicolás Coatepec, serán recibidos, con paletas de hielo y bolsas de agua, por la gente del pueblo que será partícipe de la procesión de Cristo.
Para llegar al pueblo de Jalatlaco tendrán que andar 3 horas más, allí comprarán pollos rostizados y agua para lavarse los pies. Después de hacer las compras, se internarán en el bosque y buscarán el refugio de algunos árboles para pasar la noche.
Cenarán frente a una fogata, se lavarán los pies negros de la tierra que cargan y se recostarán. Escucharán los cantos del búho y los aullidos de los coyotes, no obstante, dormirán profundamente a causa del cansancio.
A la mañana siguiente, a las 6 a.m., retomarán el camino después de tomar un vaso de café. Los pies entumidos tardarán en retomar el paso del día anterior. Pasarán por Las Otras Cruces, y Santa Mónica. En Gualupita, como a las 11 a.m., desayunarán quesadillas y partirán hacia la última parada: el Árbol del Ahuehuete.
En el Ahuehuete bailarán los miembros del grupo que van por primera vez a Chalma con una corona de flores en la cabeza y seguirán el trayecto a su destino.
A las 2 p.m sus rostros tendrán un gesto de satisfacción, levantarán la mirada y por fin estarán allí, habrán cumplido nuevamente su compromiso con su señor de Chalma.